16 mayo 2015

Mad Max: furia en el camino

Armando Almánzar R.
Realmente nos parece asombroso que un señor director de cine australiano, señor que se dio a conocer nada menos que en 1979 cuando hizo “Mad Max”, historia post-apocalíptica sobre un policía que cobra venganza y que, de paso, puso en el mapa de las estrellas a un jovencito Mel Gibson, señor que hizo luego “Mad Max 2: The road warrior” (1981), para muchos críticos aún mejor que la primera, y bajara de nivel cualitativo al reincidir con “Mad Max Beyond the Thunderdome” (1985), deje pasar nada menos que 30 años para entonces decidir la muy ardua empresa de volver a ese mundo ya tratado, retomar el personaje de Mad Max y contar otra aventura del mismo tipo, con el riesgo de que ya sus espectadores jóvenes son señores casados y con hijos algunos también casados, a más de que, si ya contó tres historias todas girando sobre lo mismo, intentar rizar el rizo, volver sobre lo mismo, ¿no podría resultar redundante? ¿no corría el riesgo de ser tratado de mercurial, de querer exprimir más de la cuenta la misma teta? Pues George Miller, evidentemente, es un australiano valeroso y arriesgado, decidió eso, volver sobre lo mismo, retomar a su amigo Max y envolverle en ese mismo mundo de 35 años atrás.
Y, aunque le acusen de mercurial, este autor ya con 70 años hizo “Mad Max: Fury Road” y nos parece que su nivel cualitativo anda ahora cerca de sus dos primeras.
Porque, si las anteriores fueron violentas, la presente, que también lo es, por supuesto, nos asoma a la insania de un mundo en el cual la civilización, tal y como la entendemos y vivimos hoy en día, es apenas un recuerdo difuso en las mentes de las combativas ancianas a cuyo territorio arriban Max, Furiosa y las esposas esclavas de Inmortal Joe. Ellas, esas mujeres jóvenes que son rescatadas por Furiosa, jamás han conocido otra cosa que ese lugar donde el tal Inmortal es un despiadado y sanguinario cacique que impera sobre docenas y docenas de seres que lo reverencian, que se postran ante él porque les ha prometido el cielo, el paraíso, el Valhalla, seres que viven, la gran mayoría, de arrodillarse a la espera de unas gotas de agua, otros convertidos en fanáticos que no ven más allá de sus narices nada que no sea la imagen de ese ser a quien tienen como “inmortal”. 
En otras palabras, que si bien la acción, que es prácticamente continuada durante las dos horas que dura el filme, es feroz, es cruda y cruel no bien nos asomamos a su inicio, la violencia que se manifiesta en dicha acción no es lo único que podemos percibir como tal: esa sociedad es violenta en su discurrir “normal” y cotidiano, porque no permite el menor resquicio de desviación física ante lo establecido, y tampoco en lo mental: casi nadie posee el menor atisbo de que pueda existir algo que sea diferente a lo que viven.
Con un ritmo vertiginoso en la edición, los 120 minutos de esta cinta pasan casi sin que nos percatemos; bien fotografiada, bien sonorizada, con actuaciones acordes con la naturaleza de los personajes, sin caer en boberas triunfalistas e idilios refulgentes, de veras nos sorprende “Mad Max: Fury Road”: tres hurras por George Miller.

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